jueves, 21 de julio de 2011

LONDON DAY 16&17: Crónica de una muerte anunciada

Bueno, por aquello de concluir el diario de alguna manera, supongo que lo que toca es escribir que tal me fueron estos dos últimos días.

El miércoles fue bastante rutinario, me tocaba cambiar de habitación así que me tiré pronto a la calle, y a falta de destinos culturales, fui de tiendas. No encontré lo que buscaba, y cuando llegué al final de… ¿Regent’s Street? era ya la hora de la primera pinta, así que me paré en un pub que había por allí, y primera Staropramen. Hice algo de tiempo en el hostal, y el plan de la tarde era acercarme al famoso Prague Bar.

Como no podía ser de otra manera, me monto en un metro abarrotado de gente, y nada más salir, a los 100 metros se para. El conductor disculpándose, que si este metro iba a ir super lento por problemas al final de la línea. Total, que sudando allí, y encima iba a llegar más tarde de la hora que tenía planeada al sitio (quería llegar sobre las 5-5.30 para pillar al manager). Salgo a la superficie tras un recorrido tortuoso, y, oh, está lloviendo. Cómo me la pelaba ya todo bastante, me pongo a caminar tranquilamente entre la lluvia (de hecho cuando no diluvia y chispea, es una sensación placentera) y llego al sitio. Sólo estaba la camarera que me recogió el CV, le pido una cerveza y le pregunto por el tema. “Si bueno, el manager está esperando a tener más CVs para empezar a llamar gente”, le conté un poco mi vida, por aquello de ver si el jueves sonaba la flauta, pero poca ostia.

El tiempo me obligó a tomarme una segunda en este sitio, y vi como pasaba de ser el único tipo allí en un sillón a verme rodeado de gente en un local lleno. Más puntos a favor para que fuera un trabajo ideal. Había amainado “algo” así que me volví al metro. Al girar dos calles, empieza a caer una tromba de agua bonita. Me espero al bus para que me lleve un par de paradas, y cuando me deja allí cerca, todavía sigue diluviando. Carrerita al metro, y a meterme en un horno con forma de tubo dirección al hostal.

Aquí es cuando llega el momento detonante de que me volviera el jueves y no el viernes. Cuando llego a mi parada de metro, la salida que da justo al hostal está cerrada, y la siguiente más cercana también. Total, que tengo que salir por una salida (quien lo diría, eh?) que está en la otra parte de la plaza. Y si, las otras dos estaban cerradas de lo que estaba lloviendo. Con estoicismo y buen humor, me pego una carrerita hasta el hostal empapándome hasta arriba. Veo gente en la entrada, voy a entrar, y me dice el segurata “fire alarm, you cannot enter”. W T F.

Lo único que quería era cambiarme de ropa, coger una tolla, secarme y relajarme. Y había sonado la alarma de incendios y estaban evacuando el edificio. Maldiciendo mi suerte, estrujándome el pelo para secarme, allí en un callejón de mala muerte con todos los del hostal, a esperar 20 minutos a que llegaran los bomberos, hicieran el paripé, y nos dejarán volver entrar a todos. Muy divertido todo.

Para los preocupados, no, no había ningún fuego. Como los ingleses están tan obsesionados con los incendios desde el Great Fire (son tan mantas que no tenían bomberos hasta que se le quemó la ciudad. También son tan mantas que no tenían iluminación en las calles hasta que Jack the Ripper se llevó a tropecientos por delante) tienen alarmas en todos los lados, así que a la que algún payaso se pone a fumar en la habitación, se pone aquello a funcionar como si se estuviera quemando algo de verdad. De mi época en la residencia (me he tenido que salir de más de una fiesta en la Common Room para ver como los bomberos comprobaban que no pasaba nada) aprendí que cuando suena la alarma de incendios, lo que tienes que hacer es ignorar el ruido y quedarte haciendo lo que estuvieras haciendo. En España correría por mi vida. En Inglaterra, ni siquiera miraría por la ventana

Total, que una vez en la habitación, me tocó tranquilizar a una de las chicas españolas que le había pillado dentro lo de la alarma. Al final, tras contarle que podría haber sido su profesor, le doy unos cuantos consejitos académicos, llegan las demás, me echo un rato cuando me dejan sólo y de camino al pub a comprarme el billete. Donde me iban a sentar estaban montando un stage en el que al día siguiente (gracias a Dios, porque no necesitaba más ruido) tocarían música celta para recaudar dinero a favor de la investigación sobre el cáncer pancreático (una inglesa se creía que iba con ellos y me dio suerte para la actuación y me insto a que siguiera mi lucha contra el cáncer. LOL). Total, 0 mails, 1 billete de avión, y quedé con Leonardo para despedirme comiendo juntos al día siguiente.

El jueves fue el día de empacar, duchita por la mañana, mover cosas de la maleta a la mochila y viceversa (no creo que le hiciera mucha gracia que me montara al avión con unas tijeras y un sacacorchos), comprobar mi correo (le mande un mail al manager del Prague Bar en plan last shot) y camino a Baker Street, de donde cogía el bus al aeropuerto, y más importante, donde había quedado con Leo. Comemos en un pub inglés (que mejor manera de despedirse que con una pinta y un fish&chips) y a la que salgo a esperar el bus estaba a punto de irse uno. Toquecito en la puerta al chofer, maleta dentro, y horita y pico hasta el aeropuerto.

En el camino al aeropuerto me acuerdo de que le mandé el billete de avión a Leo para que me lo imprimiese y así ahorrarme el trastorno de buscar algún ciber, yen definitiva ahorrarme la multa de 40 libras si no lo llevas impreso (me encanta Ryanair). Digo que me acordé en el trayecto al aeropuerto, porque cuando estábamos comiendo se me olvidó pedírselo (¬¬). No fue una desgracia, porque en el aeropuerto está el típico ciber con impresora, unas cuántas libritas a la máquina y fuera.

El resto, estándar. Cola para dejar la maleta. Llamada de un tipo que quería entrevistarme el martes, al cual al llamarle a la media hora no me lo cogía y le dejé un mensaje de voz diciéndole que seguía interesado en el trabajo (y el miércoles no me llama, manda cojones). Paseo por el Duty Free. En un momento de frikismo máximo me puse a ver la sección de clásicos en las librerías a ver si pillaba algún libro que me hubiera quedado con ganas de leer en la carrera y no tuviera en Córdoba. Descartado Dickens, las Brönte y Jane Austen, quedaban dos opciones: Dante y su infierno o Lolita. Cuando cojo la segunda opción, el libro está tan hecho polvo que no merecería estar ni en una biblioteca de barrio. Cuando cojo el de Dante, me miro a mi mismo leyéndolo y me digo “Pablo, no es el momento”. Y ya te digo si no lo era, porque lo dejé donde estaba y para el avión, que salía al poco. Con la cantidad de literatura inglesa amena que hay, y solo tenían a los más muelas.

Siguiendo con la tradición de los viajes, niña de 10 años a mi izquierda y dos niños de 7 y 11 a mi derecha. Al menos no eran bebes, pero que no encontrará la postura en el avión para dormirme, que ellos no pararán de hacer el mono, que los de Ryanair no pararán de hacer spots publicitarios y pasearse, no hicieron el viaje demasiado corto y/o grato. Y que el iPod se quedara sin batería, tampoco.

Una vez en Sevilla (aterrizan UN minuto antes y ponen la musiquita de haber llegado antes de la hora prevista. JUAS), compro el billete de bus por teléfono, espero a que salga la maleta, y taxi a la estación de buses. Creo que apretando mucho mucho me hubiera dado tiempo a coger el último tren (hubiera llegado con 2-3 minutos para comprarlo y montarme), así que preferí la opción del bus, billete comprado, más holgado de tiempo y fuera. El taxista, típico sevillano. Que llevaba trabajando desde las 6.30, que era su último servicio, y que a ver si acababa para tomarse una cerveza y “dos o tres pelotazos”. Cuando le dije que ojala me hubiera dado tiempo para coger el tren, él debió pensar lo mismo, porque la estación de autobuses está muchísimo más lejos que la de trenes. Llegada a la estación, veo que no ningún bus sale a Córdoba, me pillo un bocata y cuando vuelvo a los paneles, nada, tampoco ponía Córdoba por ningún lado. Gracias a mis amplios conocimientos de Geografía Española, intuyo que el que va para Denia hace paradita en Córdoba. Me acerco a la dársena 22, y ahí está el tío (Sevilla-Córdoba-…-Denia).

Bus de dos horitas, cortito, llegada a Córdoba, taxi a casa, recibimiento paternal, y fuera. De vuelta en Córdoba.

Podría hablar de conclusiones y cosas que he aprendido en este viaje. Es pronto todavía para sacar conclusiones definitivas, y demasiado tarde (y demasiadas horas de viaje) para pensar de manera profunda. Lo que tengo claro es que no me arrepiento de la “aventura”, y que de una manera u otra me hacía falta volver a Londres a probar mi suerte.

Por justicia poética no llegué a los 19 días, así que no necesitaré 500 noches para olvidar el viaje. Supongo que no lo olvidaré, y menos con el tocho de diario escrito para recordarme los detalles más insignificantes y las anécdotas más absurdas.

Gracias a todos por vuestro apoyo y ánimo, se puede decir que casi me obligaron a seguir adelante con esta idea, y escribir qué me pasaba ha sido de lo más liberador del viaje.

1 comentario:

  1. Recuerda, Pablo, "no pain, no gain".

    Mola tu diario, tu forma de escribir (extraña mezcla entre magiquero y filólogo inglés) es muy amena. Al leerlo se te quitan las ganas de ponerte a buscar trabajo, pero en cambio te entran unas ganas enormes de tomarte una birrita en un pub inglés, ;)

    Un abrazo y a ver si nos tomamos una a mi vuelta!

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